REALIDAD NEGADA
Estos días en los que el abstracto ha apretado las tuercas de la identidad de forma mucho más profunda, esa misma apretura, a la que ya vamos considerando como la puerta de la liberación, me ha mostrado algo que quiero compartir para quien sienta que le resuena o comparta esa “programación”, y sobre todo, para mí misma, para verme a través de lo que escribo y comparto.
Una marca repetitiva de mi receptor, ha sido siempre la de negar la realidad, en base a vivir una idealidad que, obviamente, en un momento dado deja de sostenerse. Cuando el abstracto aprieta, te quema las estructuras lógicas que sostienen esa lógica magnética que te lleva constantemente a repetir un comportamiento automático.
El receptor que vive esta situación tiene una fuerza enorme que le opera a lo que “tiene que hacer”, por encima de lo que “quiere hacer”. Pongamos que ambas son del programa, pero esta distorsión elimina incluso la autorreferencia al propio programa, por lo que hace más dificil aún salir de esta situación.
Uno “quiere hacer” algo, pero el mandato del “tener que” considera el "querer", una debilidad, vulnerabilidad, falta de responsabilidad...etc. Ese “quiero”, entonces, queda tan profundamente escondido hasta que llega un momento en el que uno no sabe ni lo que quiere. La confusión se hace descomunal, y por mucho que la teoría diga que “aceptes la confusión”, se convierte en una misión imposible.
A un receptor así no le sirven las propias realidades: cuando no tiene fuerzas, las saca de debajo de las piedras, cuando no tiene ganas, las busca en marte si hace falta, para cumplir con el mandato correcto. No tiene límites ni descanso, y cuanto más se esfuerza y logra conseguir el “tengo que”, más tranquila se queda su conciencia. Pero la realidad de que está agotado, cansado, enfadado, olvidado... no la ve, no la respeta, no la asume porque la juzga y la excluye.
De esta forma, va negándose la situación real de cómo está la persona, porque “tiene que” cumplir con el mandato de lo que se supone que "debería ser”. Así se codifica en los receptores el sacrificio, que puede llegar a ser un martirio, cosa muy valorada por el catolicismo. Yo quiero hacer otra cosa, pero hago lo que tengo que hacer para que los demás estén bien, para que los demás me digan que soy estupendo, que soy buenísimo, que soy la hostia. Así que, el receptor se hace adicto de cumplir con las expectativas externas, y tanto más santo es, cuanto más se sacrifica, cuanto más se olvida de sí mismo por, "supuestamente", los otros. Así el receptor sale a “rescatar” a otros del agua, cuando él tiene el agua al cuello, pero esa realidad, no la ve. Está tan absorto en cumplir con el mandato, que le parece un valor maravilloso olvidarse de sí, y alcanzar altas cotas de sufrimiento para que los demás le vitoreen. Porque en realidad, todo lo que hace, lo hace por sí mismo, por mucho que diga que lo hace por los demás, para sentirse bien consigo mismo, que no es más que sentirse bien con el diseño que lo controla.
El receptor así se juzga la propia vulnerabilidad, no quiere que nadie le vea vulnerable, ni débil, y obviamente, ese juicio interno se proyecta fuera cuando uno no se ve. Así que, los demás son “malos” porque “no me ven”, cuando es uno mismo el que no es capaz de asumirse en la debilidad y en los errores, cuando es uno el que no quiere verse, porque decidió excluir lo que es, sustituyéndolo por lo que debería ser.
Por mi propia experiencia familiar, he vivido varias personas muy cercanas que han llegado al cáncer, y a morir por la enfermedad, que ahora veo, se ha ido gestando a base de no verse, de no tener respeto por el propio receptor. Por sacrificarse en pos de que en lo externo les digan que son excelentes personas.
Esta situación, literalmente te hace vivir “agachado” ante ese Dios que ofrece el mandato condicionante de ser bueno. Así como en la misa nos hemos agachado simbólicamente, los receptores con este programa, nos hemos agachado literalmente ante un diseño que nos pedía sacrificio.
La persona así, que vive con su “conciencia” de Dios muy tranquila, porque cumple todos los mandatos, se siente superior a los seres humanos que viven lo que ella no se asume de sí misma. De modo que la supuesta humildad es una brutal soberbia disfrazada, en absoluto genuina.
Obviamente, esa realidad negada, esa izquierda, está sustentada en el trauma, y por eso al receptor le duele tanto verla. Sin embargo, verla es lo que la saca del trauma, porque te permite ver esa otra parte, esa derecha exigente que no ve a la izquierda porque la detesta, porque no se la permite. Así siempre tenemos un juego de receptores ricos y pobres, felices y sufrientes, sostenidos los unos y los otros por la ausencia de ver la realidad tal y como es, sin el juicio de que es algo malo. Así algunos siempre se quedan excluidos de un diseño que necesita excluidos para mantenerse, y tratamos de incluirlos por el propio diseño, con los valores del programa, que no hacen más que alimentar y sostener esa exclusión.
Estos días en los que el abstracto ha apretado las tuercas de la identidad de forma mucho más profunda, esa misma apretura, a la que ya vamos considerando como la puerta de la liberación, me ha mostrado algo que quiero compartir para quien sienta que le resuena o comparta esa “programación”, y sobre todo, para mí misma, para verme a través de lo que escribo y comparto.
Una marca repetitiva de mi receptor, ha sido siempre la de negar la realidad, en base a vivir una idealidad que, obviamente, en un momento dado deja de sostenerse. Cuando el abstracto aprieta, te quema las estructuras lógicas que sostienen esa lógica magnética que te lleva constantemente a repetir un comportamiento automático.
El receptor que vive esta situación tiene una fuerza enorme que le opera a lo que “tiene que hacer”, por encima de lo que “quiere hacer”. Pongamos que ambas son del programa, pero esta distorsión elimina incluso la autorreferencia al propio programa, por lo que hace más dificil aún salir de esta situación.
Uno “quiere hacer” algo, pero el mandato del “tener que” considera el "querer", una debilidad, vulnerabilidad, falta de responsabilidad...etc. Ese “quiero”, entonces, queda tan profundamente escondido hasta que llega un momento en el que uno no sabe ni lo que quiere. La confusión se hace descomunal, y por mucho que la teoría diga que “aceptes la confusión”, se convierte en una misión imposible.
A un receptor así no le sirven las propias realidades: cuando no tiene fuerzas, las saca de debajo de las piedras, cuando no tiene ganas, las busca en marte si hace falta, para cumplir con el mandato correcto. No tiene límites ni descanso, y cuanto más se esfuerza y logra conseguir el “tengo que”, más tranquila se queda su conciencia. Pero la realidad de que está agotado, cansado, enfadado, olvidado... no la ve, no la respeta, no la asume porque la juzga y la excluye.
De esta forma, va negándose la situación real de cómo está la persona, porque “tiene que” cumplir con el mandato de lo que se supone que "debería ser”. Así se codifica en los receptores el sacrificio, que puede llegar a ser un martirio, cosa muy valorada por el catolicismo. Yo quiero hacer otra cosa, pero hago lo que tengo que hacer para que los demás estén bien, para que los demás me digan que soy estupendo, que soy buenísimo, que soy la hostia. Así que, el receptor se hace adicto de cumplir con las expectativas externas, y tanto más santo es, cuanto más se sacrifica, cuanto más se olvida de sí mismo por, "supuestamente", los otros. Así el receptor sale a “rescatar” a otros del agua, cuando él tiene el agua al cuello, pero esa realidad, no la ve. Está tan absorto en cumplir con el mandato, que le parece un valor maravilloso olvidarse de sí, y alcanzar altas cotas de sufrimiento para que los demás le vitoreen. Porque en realidad, todo lo que hace, lo hace por sí mismo, por mucho que diga que lo hace por los demás, para sentirse bien consigo mismo, que no es más que sentirse bien con el diseño que lo controla.
El receptor así se juzga la propia vulnerabilidad, no quiere que nadie le vea vulnerable, ni débil, y obviamente, ese juicio interno se proyecta fuera cuando uno no se ve. Así que, los demás son “malos” porque “no me ven”, cuando es uno mismo el que no es capaz de asumirse en la debilidad y en los errores, cuando es uno el que no quiere verse, porque decidió excluir lo que es, sustituyéndolo por lo que debería ser.
Por mi propia experiencia familiar, he vivido varias personas muy cercanas que han llegado al cáncer, y a morir por la enfermedad, que ahora veo, se ha ido gestando a base de no verse, de no tener respeto por el propio receptor. Por sacrificarse en pos de que en lo externo les digan que son excelentes personas.
Esta situación, literalmente te hace vivir “agachado” ante ese Dios que ofrece el mandato condicionante de ser bueno. Así como en la misa nos hemos agachado simbólicamente, los receptores con este programa, nos hemos agachado literalmente ante un diseño que nos pedía sacrificio.
La persona así, que vive con su “conciencia” de Dios muy tranquila, porque cumple todos los mandatos, se siente superior a los seres humanos que viven lo que ella no se asume de sí misma. De modo que la supuesta humildad es una brutal soberbia disfrazada, en absoluto genuina.
Obviamente, esa realidad negada, esa izquierda, está sustentada en el trauma, y por eso al receptor le duele tanto verla. Sin embargo, verla es lo que la saca del trauma, porque te permite ver esa otra parte, esa derecha exigente que no ve a la izquierda porque la detesta, porque no se la permite. Así siempre tenemos un juego de receptores ricos y pobres, felices y sufrientes, sostenidos los unos y los otros por la ausencia de ver la realidad tal y como es, sin el juicio de que es algo malo. Así algunos siempre se quedan excluidos de un diseño que necesita excluidos para mantenerse, y tratamos de incluirlos por el propio diseño, con los valores del programa, que no hacen más que alimentar y sostener esa exclusión.
Las personas que viven esta situación, por tanto, sostienen al diseño en distorsión, pues su "sacrificio" hace que ese "Dios" que exige, en lo inconsciente se pase por el forro las normas que pone a los de abajo, para conseguir el "cacho" que el "bueno" deja libre.
Ha habido muchísimas personas a lo largo de la historia que se han apercibido de esto, y han tratado de "ponerse firmes", de esforzarse para que los otros no se pusieran encima de ellos, utilizando otra rama del mismo programa: la revolución. Pero solo VER la VERDAD, libera al receptor. Solo ver la realidad, provoca que dejemos de sostener ese diseño.
Por suerte, estas estructuras van saliendo a la luz, y el agachado, el cual tenía toda la fuerza del eje Y encima, pues al tener a la realidad negada no puede acceder a lo que le daría oxígeno, a medida que puede ir asumiendo su propia vulnerabilidad, asumiendo sus límites, viendo que tras ese “tengo que”, hay un receptor que literalmente no puede más, y al que no has respetado nunca, entonces, al ir asumiendo a ese que no puede más, el eje Y, en lugar de agacharte, te va a ofrecer el oxígeno que estuviste siempre precisando.
Por suerte, estas estructuras van saliendo a la luz, y el agachado, el cual tenía toda la fuerza del eje Y encima, pues al tener a la realidad negada no puede acceder a lo que le daría oxígeno, a medida que puede ir asumiendo su propia vulnerabilidad, asumiendo sus límites, viendo que tras ese “tengo que”, hay un receptor que literalmente no puede más, y al que no has respetado nunca, entonces, al ir asumiendo a ese que no puede más, el eje Y, en lugar de agacharte, te va a ofrecer el oxígeno que estuviste siempre precisando.
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ResponderEliminarGracias por este artículo. Soy Susana, de Traslasierra,Córdoba, Argentina. Lo leo,acuerdo con toda la descripción, pero me pregunto.....Con " sólo VER LA VERDAD, LA REALIDAD", ESO LIBERA AL RECEPTOR ? Sólo llevo 1 año y.....en la LGC, voy por mi 5ta. cuarentena. Y con poca experiencia en esto. Pero mis 30 años, abriendo este tema, en los planos 3 y 4 , encontré alivio y cambios en el receptor. Humilde aporte, que yo misma deseo reflexionar. Gracias!
ResponderEliminarMuy bueno, Laura....Es incríble que algo tan fácil de hacer nos resulta tan difícil ponerlo en práctica.
ResponderEliminarUn beso.