Cuando empecé a escribir sobre asuntos
económicos y espiritualidad-conciencia, creía que simplemente cambiando
nuestras actitudes podíamos cambiar el mundo, hasta que me di cuenta que
eso está muy lejos de ser una tranformación auténtica.
Creía que la incitación a la creencia en que uno es capaz de hacer todo aquello en lo que cree, si le pone “esfuerzo”, era suficiente para conseguirlo y que era suficiente para transformarse internamente. Creía que cambiando mis hábitos de compra, mi economía y mi forma de vida, si todos lo hacíamos, cambiaríamos el mundo.
Sin embargo, cuando empecé a cambiar mis hábitos de compra, mi economía y mi forma de vida... oh! sorpresa!, habiendo alcanzado el “ideal” que me había propuesto para cambiar el mundo desde mi propia casa, empezaron a visitarme con mucha fuerza mis amigos los miedos, las culpas, los juicios... empezaron a aparecer situaciones de conflicto con seres queridos, a mí, que me creía estandarte de una vida pacífica y serena, y me desmontan todo el tinglado mental que había creado para cambiar el mundo.
Entonces vas comprendiendo que uno no es lo que quiere ser, que no se trata de “convertirse” en aquello que consideras “ideal”, porque, al fin y al cabo ¿quién ha creado ese ideal? sino una mente dividida y confundida que cree que lo mejor siempre es algo ajeno a lo que ya tiene.
Es cuando uno se cree más santo, que anda más confundido, mirando con condescendencia a aquellos que no están transitando “mi serena y maravillosa verdad”. Ahí anda una de las grandes paradojas del ser humano.
Así comienza un camino de transformación, de observar lo que uno es, sin aditivos, sin colorantes, sin conservantes. Y justamente cuando ves sin resistencias, sin identificarte, aquello de lo que siempre has huído, comienzas a descubrir que, tras el hedor de lo que temías, está el aroma de la simpleza y la serenidad.
Esa observación hace que podamos separar la paja del trigo, que observemos la verdadera naturaleza de lo que antes nos hizo temblar de temor.
Creía que la incitación a la creencia en que uno es capaz de hacer todo aquello en lo que cree, si le pone “esfuerzo”, era suficiente para conseguirlo y que era suficiente para transformarse internamente. Creía que cambiando mis hábitos de compra, mi economía y mi forma de vida, si todos lo hacíamos, cambiaríamos el mundo.
Sin embargo, cuando empecé a cambiar mis hábitos de compra, mi economía y mi forma de vida... oh! sorpresa!, habiendo alcanzado el “ideal” que me había propuesto para cambiar el mundo desde mi propia casa, empezaron a visitarme con mucha fuerza mis amigos los miedos, las culpas, los juicios... empezaron a aparecer situaciones de conflicto con seres queridos, a mí, que me creía estandarte de una vida pacífica y serena, y me desmontan todo el tinglado mental que había creado para cambiar el mundo.
Entonces vas comprendiendo que uno no es lo que quiere ser, que no se trata de “convertirse” en aquello que consideras “ideal”, porque, al fin y al cabo ¿quién ha creado ese ideal? sino una mente dividida y confundida que cree que lo mejor siempre es algo ajeno a lo que ya tiene.
Es cuando uno se cree más santo, que anda más confundido, mirando con condescendencia a aquellos que no están transitando “mi serena y maravillosa verdad”. Ahí anda una de las grandes paradojas del ser humano.
Así comienza un camino de transformación, de observar lo que uno es, sin aditivos, sin colorantes, sin conservantes. Y justamente cuando ves sin resistencias, sin identificarte, aquello de lo que siempre has huído, comienzas a descubrir que, tras el hedor de lo que temías, está el aroma de la simpleza y la serenidad.
Esa observación hace que podamos separar la paja del trigo, que observemos la verdadera naturaleza de lo que antes nos hizo temblar de temor.
Comentarios
Publicar un comentario