Hace unos años escuchaba una conferencia de Krishnamurti en la que les decía a un grupo de niños: "haced lo que amáis, haced lo que sentís en vuestro corazón, aunque tengais que morir por ello". Quedé impactada con aquellas palabras. Por aquel entonces aún trabajaba en banca, y mi corazón andaba berreando, gritando como un loco desesperado por hacer “cualquier cosa” que saliera de él. No importaba qué fuera, pero quería moverme por el corazón. Sencilla y llanamente. Sí, me gustaba escribir, me gustaban las terapias alternativas... pero daba lo mismo, la cuestión era hacer y dirigirme hacia donde aquella intensa sensación me llevara.
Estaba más perdida que una burra en un garaje. Tenía un batiburrillo de ideas espirituales en la cabeza, haciendo de macedonia con conflictos familiares graves. Sin embargo, en medio de todo aquel caos, “la llamada” era cada día más sonora. Supongo que si alguien pudiera haber grabado a mi Ser esos días, andaría mirando al reloj y dándome golpes en la cabeza: “¡vamos, vamos... que es la hora, deja de zanganear!”, en fin, algo así como lo que José me decía todas las mañanas para despertarme y que fuese al banco a trabajar. ;)
Y ahí, en medio del ruido, en mitad del caos, entre las montañas arañando con los miedos, con el sufrimiento, con la tensión de escuchar a cualquiera menos a uno mismo... ¡bingo!, tomé la decisión de elegir el corazón, a cualquier precio. Recordé de nuevo las palabras de K “haced lo que amáis, aunque tengáis que morir por ello”, aún no estaba dispuesta a “morir”, pero un poquito sí, “bueno, mátame un poquito si quieres, pero no del todo...” Y así fue como José y yo nos lanzamos al océano de la vida. Él ya venía haciéndolo y era un excelente capitán; yo era una novata, pero ambos empezamos a dirigirnos hacia un destino completamente nuevo.
La cuestión es que, en cuanto tomé aquella decisión, empecé a VER claramente un montón de entendimientos sobre la Economía. “El chorro” bajaba en cualquier lugar, por inesperado que pudiera parecer... y libreta en mano había que apuntar. Me decidí entonces a organizar un libro, pues la información era mucha y algo dentro de mí sentía que era muy importante; sin embargo, mi cabeza, el programita “enano de la desvalorización” me susurraba: “¿tú? ¿cómo vas a mostrar tú a los demás algo importante?”, y entonces empezó la madre de todas las batallas: la que se debate entre los programas y el corazón; eso sí, el corazón no lucha, solo observa, y la mente, luchando consigo misma, cree tener un adversario al que puede vencer.
La cuestión es que hoy, casi tres años después de aquello, Mariela me ha enviado el vídeo que preparé entonces para explicar al público aquello que veía, y hoy, casi tres años después, he visto el valor de confiar en el corazón de uno.
Ya entonces el Ser me estaba susurrando lo que hoy veo más claramente, y aunque aún escuchaba a las interferencias del programa, el mensaje pudo salir a la luz. Simplemente entendí que no es cuestión de ser “elegido” para transmitir un mensaje, y que esa estúpida idea te lleva de un punto a otro del mismo programa (ahora me desvalorizo, ahora me creo un elegido). La cuestión es simple: tú, como célula única e irrepetible que pertenece a un Ser, igual que las células de tu cuerpo te pertenecen a ti; Tú, tienes una “función” que cumplir en el organismo del Ser. Tú, como célula enferma, te desconectas de tu Ser, y te sientes más perdido que un yonki en misa de diez, pero cuando empiezas a escuchar a tu corazón, no es más que el movimiento lógico y coherente que hacen las células cancerígenas cuando quieren volver a la salud. Simplemente dejar de buscar a fuera y recibir lo que les llega de su Ser.
Es sencillo, si la célula no cumple su función, enferma, no se siente “feliz”, por eso Tú no te sientes pleno/a, y por eso es tan importante atender a la resonancia, a lo que vibra dentro de uno, porque no es más que el marcador del Ser al que perteneces, que te está llevando a tu propósito.
Por eso, después de estos años, yo también sé que lo mejor que puede hacer uno es hacer lo que ama, incluso “aunque tengáis que morir por ello”.
Estaba más perdida que una burra en un garaje. Tenía un batiburrillo de ideas espirituales en la cabeza, haciendo de macedonia con conflictos familiares graves. Sin embargo, en medio de todo aquel caos, “la llamada” era cada día más sonora. Supongo que si alguien pudiera haber grabado a mi Ser esos días, andaría mirando al reloj y dándome golpes en la cabeza: “¡vamos, vamos... que es la hora, deja de zanganear!”, en fin, algo así como lo que José me decía todas las mañanas para despertarme y que fuese al banco a trabajar. ;)
Y ahí, en medio del ruido, en mitad del caos, entre las montañas arañando con los miedos, con el sufrimiento, con la tensión de escuchar a cualquiera menos a uno mismo... ¡bingo!, tomé la decisión de elegir el corazón, a cualquier precio. Recordé de nuevo las palabras de K “haced lo que amáis, aunque tengáis que morir por ello”, aún no estaba dispuesta a “morir”, pero un poquito sí, “bueno, mátame un poquito si quieres, pero no del todo...” Y así fue como José y yo nos lanzamos al océano de la vida. Él ya venía haciéndolo y era un excelente capitán; yo era una novata, pero ambos empezamos a dirigirnos hacia un destino completamente nuevo.
La cuestión es que, en cuanto tomé aquella decisión, empecé a VER claramente un montón de entendimientos sobre la Economía. “El chorro” bajaba en cualquier lugar, por inesperado que pudiera parecer... y libreta en mano había que apuntar. Me decidí entonces a organizar un libro, pues la información era mucha y algo dentro de mí sentía que era muy importante; sin embargo, mi cabeza, el programita “enano de la desvalorización” me susurraba: “¿tú? ¿cómo vas a mostrar tú a los demás algo importante?”, y entonces empezó la madre de todas las batallas: la que se debate entre los programas y el corazón; eso sí, el corazón no lucha, solo observa, y la mente, luchando consigo misma, cree tener un adversario al que puede vencer.
La cuestión es que hoy, casi tres años después de aquello, Mariela me ha enviado el vídeo que preparé entonces para explicar al público aquello que veía, y hoy, casi tres años después, he visto el valor de confiar en el corazón de uno.
Ya entonces el Ser me estaba susurrando lo que hoy veo más claramente, y aunque aún escuchaba a las interferencias del programa, el mensaje pudo salir a la luz. Simplemente entendí que no es cuestión de ser “elegido” para transmitir un mensaje, y que esa estúpida idea te lleva de un punto a otro del mismo programa (ahora me desvalorizo, ahora me creo un elegido). La cuestión es simple: tú, como célula única e irrepetible que pertenece a un Ser, igual que las células de tu cuerpo te pertenecen a ti; Tú, tienes una “función” que cumplir en el organismo del Ser. Tú, como célula enferma, te desconectas de tu Ser, y te sientes más perdido que un yonki en misa de diez, pero cuando empiezas a escuchar a tu corazón, no es más que el movimiento lógico y coherente que hacen las células cancerígenas cuando quieren volver a la salud. Simplemente dejar de buscar a fuera y recibir lo que les llega de su Ser.
Es sencillo, si la célula no cumple su función, enferma, no se siente “feliz”, por eso Tú no te sientes pleno/a, y por eso es tan importante atender a la resonancia, a lo que vibra dentro de uno, porque no es más que el marcador del Ser al que perteneces, que te está llevando a tu propósito.
Por eso, después de estos años, yo también sé que lo mejor que puede hacer uno es hacer lo que ama, incluso “aunque tengáis que morir por ello”.
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