Supongo que la mayoría de las personas que han decidido que quieren transformarse, han pasado por momentos (o están pasando), de profunda “soledad”. No se trata, - al menos para mí no fue así - de soledad física, de encontrarse “solo”, sino de no encontrar a casi nadie que compartiera esa “negación” de toda la forma de vida aceptada socialmente. Recuerdo que ansiaba salir los fines de semana, como si fuera a convertirme , como por arte de magia, entre las luces de la discoteca, en uno más, en una de aquellas personas a las que parecía no absorberles ese vacío en el corazón que me invadía a mí.
Empecé a detestar, de pronto, los actos sociales, las “buenas” formas, el ir al cine en domingo o tomar un café por la tarde para hablar de “él me hizo y yo le dejé de hacer”. De repente sentía ira hacia todo, hacia cualquiera que manifestase ante mí la mediocridad del comportamiento humano. Los odiaba profundamente, porque no se planteaban por qué cada mañana sale el sol, o por qué vivir, o para qué trabajar aquí o allí. Odiaba tanto a los demás como me odiaba a mí misma. Me odiaba porque me importaba que cada amanecer una mariposa blanca tuviera el deseo de visitar mi ventana, y porque no me pasaban desapercibidos los árboles de la ciudad. Intenté integrarme en algún grupo de personas que no quisiera vivir como los demás; sin embargo, al cabo de un tiempo, empecé a ver que esa forma de vida “no social” estaba también llena de normas, de formas de lo “no social”.
Nadie podía entender aquella nada, aquel vacío incomprensible, y si lo contaba, se podía escuchar siempre una voz que decía: “deberías ir al psicólogo, eso no es normal, tú no estás bien”. No, no estaba bien, eso era evidente, pero también sabía, es más, tenía la certeza, de que no había nadie en este mundo que pudiera “sanarme”.
En esos momentos uno parece estar pisando una Tierra movediza, y por muy en casa que quiera estar, nunca está en casa.
Después de muchos años de vacío, casi al borde de la rendición, entregada a ser como ellos, como los que no se preguntan y no sufren, llegó un navío compañero que con su luminoso faro me hizo confirmar que lo que me sucedía a mí no era “mío”, sino humano, completamente humano. Entonces se fueron abriendo puertas y más puertas de personas con el mismo vacío existencial, cada uno llevando sus vidas, completamente diferentes a las mías, pero al mirarnos, existía un reconocimiento de lo que está más allá de lo personal.
Quizás estás pasando por ese momento, por esa ira contra todo y todos, por esa furia de injusticia que asola tus ojos. Quizás tu corazón vibra con toda su fuerza para que te transformes, y sin embargo tu pensamiento está lleno de miedo, por no saber hacia dónde ir. Quizás no entiendes nada y sientes que tu entorno no te entiende, que tus amigos solo quieren salir y hablar, mientras no tienes con quién compartir tu Nada, tu simple y vacía Nada. Te adaptas por un tiempo, fingirás que lo pasas bien, que te interesa lo que te cuentan los demás. Te pondrás la máscara para no sentirte solo, pero la Nada, esa exquisita joya que porta tu corazón, no te va a abandonar, porque te ama demasiado como para dejar que te pasees por la vida sin el propósito firme de AMAR cada paso que das.
Si pides ayuda, es posible que no la tengas nunca; pero si te paras, te observas, sientes esa Nada sin rechazo, esa Ira, esa Furia, ese sentirte superior a cualquiera que pertenezca a la sociedad; si te detienes por un momento a aceptar todo aquello, quizás la ayuda venga a ti sin rechistar.
Lo que verdaderamente necesitas se acerca a ti silenciosamente, “como un ladrón en la noche”... quizás solamente precisas dejar de buscar.
Empecé a detestar, de pronto, los actos sociales, las “buenas” formas, el ir al cine en domingo o tomar un café por la tarde para hablar de “él me hizo y yo le dejé de hacer”. De repente sentía ira hacia todo, hacia cualquiera que manifestase ante mí la mediocridad del comportamiento humano. Los odiaba profundamente, porque no se planteaban por qué cada mañana sale el sol, o por qué vivir, o para qué trabajar aquí o allí. Odiaba tanto a los demás como me odiaba a mí misma. Me odiaba porque me importaba que cada amanecer una mariposa blanca tuviera el deseo de visitar mi ventana, y porque no me pasaban desapercibidos los árboles de la ciudad. Intenté integrarme en algún grupo de personas que no quisiera vivir como los demás; sin embargo, al cabo de un tiempo, empecé a ver que esa forma de vida “no social” estaba también llena de normas, de formas de lo “no social”.
Nadie podía entender aquella nada, aquel vacío incomprensible, y si lo contaba, se podía escuchar siempre una voz que decía: “deberías ir al psicólogo, eso no es normal, tú no estás bien”. No, no estaba bien, eso era evidente, pero también sabía, es más, tenía la certeza, de que no había nadie en este mundo que pudiera “sanarme”.
En esos momentos uno parece estar pisando una Tierra movediza, y por muy en casa que quiera estar, nunca está en casa.
Después de muchos años de vacío, casi al borde de la rendición, entregada a ser como ellos, como los que no se preguntan y no sufren, llegó un navío compañero que con su luminoso faro me hizo confirmar que lo que me sucedía a mí no era “mío”, sino humano, completamente humano. Entonces se fueron abriendo puertas y más puertas de personas con el mismo vacío existencial, cada uno llevando sus vidas, completamente diferentes a las mías, pero al mirarnos, existía un reconocimiento de lo que está más allá de lo personal.
Quizás estás pasando por ese momento, por esa ira contra todo y todos, por esa furia de injusticia que asola tus ojos. Quizás tu corazón vibra con toda su fuerza para que te transformes, y sin embargo tu pensamiento está lleno de miedo, por no saber hacia dónde ir. Quizás no entiendes nada y sientes que tu entorno no te entiende, que tus amigos solo quieren salir y hablar, mientras no tienes con quién compartir tu Nada, tu simple y vacía Nada. Te adaptas por un tiempo, fingirás que lo pasas bien, que te interesa lo que te cuentan los demás. Te pondrás la máscara para no sentirte solo, pero la Nada, esa exquisita joya que porta tu corazón, no te va a abandonar, porque te ama demasiado como para dejar que te pasees por la vida sin el propósito firme de AMAR cada paso que das.
Si pides ayuda, es posible que no la tengas nunca; pero si te paras, te observas, sientes esa Nada sin rechazo, esa Ira, esa Furia, ese sentirte superior a cualquiera que pertenezca a la sociedad; si te detienes por un momento a aceptar todo aquello, quizás la ayuda venga a ti sin rechistar.
Lo que verdaderamente necesitas se acerca a ti silenciosamente, “como un ladrón en la noche”... quizás solamente precisas dejar de buscar.
Gracias, me viene muy bien, como anillo al dedo.
ResponderEliminar