Hay una apreciación bastante lógica sobre la economía que, a pesar de la evidencia de sus bases, es extrañamente aplicada en la práctica habitual, y es que el dinero debe fluir de donde hay, hacia donde no hay. Algo tan sencillo y tan lógico que parecemos haberlo olvidado y, sobre todo, ignorado durante muchos años atrás. Nos hemos acostumbrado a funcionar justamente de la forma contraria: "dinero llama a dinero", dice el refranero popular. Las entidades financieras solo prestan su dinero a aquellos que ya lo tienen, y si alguien es poderoso y rico, es más probable que reciba los favores de aquellos que se encuentran en su "corte" de bufones y esclavos.
Podríamos comparar este flujo de dinero con el curso de un río. La naturaleza le ofrece el cauce por el cual el agua llegará a los afluentes, dejando así la posibilidad a las tierras aledañas de tener el riego necesario para las cosechas. Sin embargo, cuando secamos ciertas zonas que por naturaleza son húmedas, o cauces de agua, para construir o realizar cualquier otro antojo humano, con el tiempo, el agua volverá a su cauce y arrasará con aquello que se haya interpuesto en su camino.
De esta misma forma funciona la economía y el flujo dinerario. En realidad, la vida es mucho más sencilla de lo que nosotros la hacemos, y podemos fijarnos constantemente en la naturaleza para ver cómo deberíamos comportarnos en la mayoría de los campos de nuestra vida.
Al río del fluir económico le hemos puesto infinidad de barreras, embalses artificiales, hemos secado zonas inmensas de cultivos de regadío... etc. por lo que ahora tenemos grandes lugares en los que el agua está estancada, mientras que la sequía azota a la mayor parte de la población mundial. Por tanto, no podemos esperar otra cosa del río económico que el hundimiento del mismo.
Y en este curso natural existe una máxima fundamental para que la economía pueda circular correctamente: dar y recibir. Hoy en día vemos como cada persona se amarra fuertemente al dinero que ha conseguido ahorrar durante toda su vida. "¡Es mío! ¡es el resultado de mi esfuerzo!", dicen orgullosos de luchar por su propiedad. Sin embargo, este asimiento a "lo que es de uno", no genera otra cosa sino mayor escasez. Esta sociedad ha aprendido a recibir, a pedir, a querer cada vez más... pero no sabe dar, y el flujo natural de la economía nos enseña a cada momento que necesitamos aprender a dar, a soltar, a entregar, a desprendernos del concepto del "esto es mío y no comparto", cada día un poco más.
Una excelente práctica para comprobar cómo el dinero fluye de forma natural dando y recibiendo, es la de comenzar a ser más conscientes de las necesidades de los demás. De esta forma, uno va generando, poco a poco y de forma muy fluida, la necesidad de querer entregar algo para aportar a aquellos que consideramos que lo necesitan. No se trata de "dar por dar", o por "hacernos los buenos"; por esto mismo el consejo es "comenzar a ser consciente de las necesidades de otros", y no el entregar de cualquier forma. Ya hemos visto en capítulos anteriores que es más importante cómo hacemos las cosas, que el hacerlas en sí. Los motivos íntimos son de suma importancia. Si empiezo a entregar algo esperando recibir otra cosa a cambio, el flujo de la economía se pervierte, por eso mismo es importante cultivar la conciencia de la necesidad del otro, y no cultivar una actitud "pseudogenerosa" en la que hacemos las cosas "porque deben ser así", o peor aún "porque esperamos algo a cambio”.
A medida que nos vamos fijando más en los demás, se va también generando, de forma silenciosa y saludable, un sentimiento de generosidad sincera que nos ayuda en este camino.
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