Es curioso cómo uno se va dando cuenta de cosas que “ya son”, es decir, que tienen su propia existencia anterior a cualquier tipo de aprendizaje. Nos hemos pasado una vida entera pensando que para aprender, es necesario ampliar conocimiento, acumular; sin embargo, en estos tiempos en los que nos tenemos que enfrentar con la realidad de lo que somos, si prestamos un poco de atención podemos observar que en la simple contemplación de lo que uno es por naturaleza, está el verdadero aprendizaje. De este modo, todo lo conocido parece estar vestido de una especie de velo artificial que, al correrse, deja entrever la belleza de lo natural, lo previo, lo espontáneo.
Justamente en uno de estos aprendizajes por la observación, hoy fui consciente de algo que comparto con respecto al talento natural de cada uno. Ya hemos descubierto que cada uno tiene un talento propio, también hemos visto que ningún talento es comparable al de nadie, pues cada uno tiene su función, y todos ellos son la ficha del puzzle que compone a los seres humanos. Vimos también que los talentos no deben ser necesariamente algo artístico, espiritual, o grandioso, sino simplemente aquello que desarrollamos con total naturalidad y en perfecta armonía con lo que somos. Es en este último punto en el que se abre una aclaración. Uno puede pensar que el talento es igual a la vocación, es decir, que es una “profesión” que uno realiza con perfección; sin embargo, el talento puede ser simplemente una capacidad, por ejemplo, la de la comunicación. Una persona puede tener el talento de comunicar a los demás cualquier cosa, de hacerse escuchar. Este talento puede ser llevado a cabo en cualquier profesión; por ejemplo, una persona que es abogado, si su talento es el de comunicar bien, puede desarrollar su profesión siendo consciente del placer que le produce la comunicación. Esta facultad podría desarrollarla también siendo periodista, escritor, o dependiente de un comercio, de modo que no por tener un talento uno debe encasillarse en una determinada profesión.
Digo esto porque creo que es importante que ampliemos el campo de búsqueda a la hora de descubrir qué se me da bien hacer, o qué disfruto haciendo, pues el campo del desarrollo personal va más allá de la tarea, y se encuentra más bien en la sensación que sentimos cuando hacemos cualquier cosa, lo que quiera que sea.
Hacer reír a los demás, recolectar frutos, resolver pequeños inconvenientes domésticos, organizar las cosas de la casa, tener un buen oído, ser una persona muy atenta, ser analítico... etc., son capacidades que podemos tener en cuenta, por muy insólitas o pequeñas que nos parezcan, pues pueden ser la semilla que de luz a lo que uno es capaz de hacer.
Justamente en uno de estos aprendizajes por la observación, hoy fui consciente de algo que comparto con respecto al talento natural de cada uno. Ya hemos descubierto que cada uno tiene un talento propio, también hemos visto que ningún talento es comparable al de nadie, pues cada uno tiene su función, y todos ellos son la ficha del puzzle que compone a los seres humanos. Vimos también que los talentos no deben ser necesariamente algo artístico, espiritual, o grandioso, sino simplemente aquello que desarrollamos con total naturalidad y en perfecta armonía con lo que somos. Es en este último punto en el que se abre una aclaración. Uno puede pensar que el talento es igual a la vocación, es decir, que es una “profesión” que uno realiza con perfección; sin embargo, el talento puede ser simplemente una capacidad, por ejemplo, la de la comunicación. Una persona puede tener el talento de comunicar a los demás cualquier cosa, de hacerse escuchar. Este talento puede ser llevado a cabo en cualquier profesión; por ejemplo, una persona que es abogado, si su talento es el de comunicar bien, puede desarrollar su profesión siendo consciente del placer que le produce la comunicación. Esta facultad podría desarrollarla también siendo periodista, escritor, o dependiente de un comercio, de modo que no por tener un talento uno debe encasillarse en una determinada profesión.
Digo esto porque creo que es importante que ampliemos el campo de búsqueda a la hora de descubrir qué se me da bien hacer, o qué disfruto haciendo, pues el campo del desarrollo personal va más allá de la tarea, y se encuentra más bien en la sensación que sentimos cuando hacemos cualquier cosa, lo que quiera que sea.
Hacer reír a los demás, recolectar frutos, resolver pequeños inconvenientes domésticos, organizar las cosas de la casa, tener un buen oído, ser una persona muy atenta, ser analítico... etc., son capacidades que podemos tener en cuenta, por muy insólitas o pequeñas que nos parezcan, pues pueden ser la semilla que de luz a lo que uno es capaz de hacer.
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